Reflexiones
Cantar la vida misma
Por Guillermo Jaim Etcheverry
Domingo 29 de noviembre de 2009 Publicado en edición impresa
La gran repercusión que ha tenido la muerte de Mercedes Sosa confirma la trascendencia que llegan a adquirir algunos grandes artistas en la sociedad de la que surgen, en la que se desarrollan y a la que, sin duda, expresan. En este caso, la reacción ha sido mundial, por tratarse de una artista cuya influencia no reconoció fronteras de lenguas ni de culturas. Su alejamiento físico fue sentido como la pérdida de un familiar. Y en realidad lo era, porque su voz singular evoca los sentimientos profundos que nos identifican y nos ligan como integrantes de la familia humana.
Entre tanto que se dijo y recordó, resultan significativas unas declaraciones que hace unos años realizó Mercedes Sosa al periodista Gabriel Plaza. Cuándo éste le preguntó si ella había elegido el canto o el canto la había elegido a ella, respondió: "Creo que cantar elige la persona que tiene buena voz, producto de cuerdas, algunas bellas de nacimiento, en lo que tienen que ver los padres de uno o la naturaleza. El canto no es un problema de voz, sino de personalidad. Eso no tiene nada que ver con las cuerdas, ni con quién te enseñó o cuándo aprendiste a cantar. Cantar se aprende con la vida misma. Lo que es difícil decir de uno es que el verdadero canto surge de los conocimientos que uno tenga del arte en general". Y se interrogó: "¿Qué es el arte en general? Pintura, escultura, paisaje, miseria, riqueza, que después comencé a ver, porque cuando era chica era natural ser pobre. Y, además, todo eso lo incorporé también a la garganta cuando comencé a leer, porque la lectura me abrió a mí los verdaderos caminos de la canción".
De ese párrafo surge con claridad que la trascendencia que adquiere un artista está indisolublemente ligada a su formación como persona, a lo que logra ser al cabo del elaborado proceso de su construcción como tal. Es esa rica complejidad interior, vinculada con la frecuentación del arte, la que termina por hacerlo grande, inolvidable. Lo que le permite alcanzar la profundidad de lo sensible al descubrirle, como lo señala Mercedes Sosa a propósito de la influencia de la lectura en su arte, los caminos de la canción.
El periodista interroga: "¿Todo ese aprendizaje entonces lo va incorporando inconscientemente a su canto?" Contesta Mercedes: "Es que la garganta y las cuerdas están dentro de un cuerpo manejado por un cerebro, y es allí donde se empiezan a crear cosas mucho más bellas que el sonido de las cuerdas en sí. Se comienzan a expresar pensamientos, sentimientos, colores, olores, amarguras, desengaños y alegrías, lo que experimenta cualquier ser humano que canta". Es ésta una acertada descripción que puede ser aplicada a cualquier actividad humana que llega a adquirir trascendencia. Lo hace cuando en ese quehacer se pone de manifiesto todo lo que es quien lo lleva a cabo: lo que ha visto, oído, olido, pensado, el arte que ha frecuentado, las alegrías y pesares que ha experimentado. En fin, todo lo que ha vivido. En cada uno de sus actos, la persona demuestra lo que es. Por eso la educación no debería abandonar su función de abrir a los niños y jóvenes las puertas hacia las más variadas experiencias posibles, facilitando, sobre todo, su frecuentación de lo mejor que ha logrado concretar el ser humano. Es ese el modo de garantizar que cualquier tarea que emprendan -cantar, construir un edificio, hacer política, atender a quien sufre; en fin, toda actividad- se recubra del enriquecedor manto que le proporciona la experiencia acumulada de lo humano, que es la cultura.
El compartir vivencias comunes define a la familia, y por eso, cuando nos deja un gran artista, un creador que llega a rozarlas, tiene asegurada su permanencia en el álbum familiar. Su arte seguirá vivo, precisamente, por haber logrado alcanzar esas profundidades de lo humano. Como diría Mercedes Sosa, porque lo que se canta es la vida misma.
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El autor es educador y ensayista
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